Ayer a Vero Boquete se le atragantó su Champions. El gran enemigo nacional, el Rossiyanka se cruzó en su camino y golpeó con fuerza su sueño europeo. 0-4. Queda la vuelta, pero la cabeza, aún hoy, sólo mira el suelo, el césped, las botas que no van, que no fueron. La alta goleadora sueca, Sofia Jakobsson, de 21 años, se marchó del estadio con un hat-trick que sitúa al Rossiyanka virtualmente en cuartos, para desgracia de Vero a quien, encima, la Uefa atribuyó el penalti fallado del Energy en el minuto 84. No fue ella, fue Pamela Conti. Aunque, como ella misma reconoce, "eso es lo de menos".
Quizá sea lo de menos. O quizás no. Ayer y hoy, he percibido cierta ansiedad de todo el #futfem español por algún éxito. El empate 1-1 del Rayo ante el Arsenal nos ha compensado, en parte, el varapalo de Boquete y hemos puesto en las madrileñas buena parte de nuestras esperanzas de celebrar algo grande. Pero hay cierta desesperación, cierta prisa. Sólo vale el triunfo. No el camino. Parece. La selección afronta en las próximas semanas dos compromisos vitales para su futuro, para estar en el ansiado europeo.
Mientras esos partidos y esos resultados no llegan y mientras la absoluta no se confirma como lo que, atendiendo al nivel técnico de sus jugadoras, debería ser, un equipo referencia en Europa, nos hemos colgado de Vero para saciar nuestras ganas de victoria. Ella, valiente, tozuda, descarada, ganadora nata, asumió y asume el reto. Saldrá adelante. Quizás no de la Champions, pero nos va a seguir llenando de títulos, de éxitos que serán o no serán títulos o éxitos. Será el estar ahí. El competir como una guerrera. Ese debe seguir siendo su gran éxito.
Me sabe mal que hoy algunos, muchos, bajen la mirada y ella cargue con ese peso. Como si hubiera decepcionado a alguien. Como si hubiera fallado no el penalti que no falló, sino algo más grande. Me temo que ese peso lo va a tener que cargar cuando juegue España y buena parte de los ojos en la grada o en la televisión, busquen esa jugada mágica que surja de sus botas y lo salve todo. Esa genialidad que ayer no salió.
Ella no falló el penalti. Es lo de menos. O no. Porque para haberlo podido fallar, aunque no lo hiciera, es necesario estar allí. Con orgullo. Allí. Dando alas a algo que, no, no se va a parar, Da igual perder en octavos, da igual tirar o no un penalti. Da igual ganar. Da igual. Porque no: el Bouquet's effect no se va a parar.