En la final de la Champions femenina en Stamford Bridge hubo sitio para la gran sorpresa de ver caer al Olympique de Lyon porque, justamente, se provocó que sobre el césped londinense no hubiera nada que se saliera del guión. Es lo que quiso el Wolfsburg de Ralf Kellermann, plantado atrás lleno de orden y convicción, y es lo que concedió un impotente OL, calculador y seguro de sí mismo al principio, y nervioso e inexperto cuando se vio contra las cuerdas al final.
Todas las posibilidades ofensivas del OL –las infinitas: por dentro, por fuera, en largo, en corto– tuvieron respuesta alemana, a pesar de las bajas y a pesar de los sustos que no pudieron evitar. Asumiendo la dosis de descontrol que un entrenador no tiene más remedio que aceptar, pero condicionándolo para sufrir poco, el Wolfsburg completó un partido prácticamente perfecto. En lo táctico. En lo emocional. Y en lo físico. Lo planteado en la pizarra se trasladó al césped con éxito. Menudo éxito...
La suerte de haber tenido un plan ganador durante más de tres años terminó por ser una desgracia para el OL, que no supo salirse de sus amplios márgenes para sorprender. Como siempre, el rival se adaptó a él. Y Patrice Lair esperó a activar los planes alternativos y terminó dudando. Cuando el A no funcionó, sacó el B. Cuando el B tampoco, provocó el C. Se olvidó de mejorar el A, o de darle continuidad con cambios extraños. Y acabó desesperado, traicionando sus conceptos desde el estrés del banquillo.
La estrategia de Ralf Kellermann se trazó, sobre todo, sobre cuatro ejes que dieron sentido a una propuesta reactiva pero llena de iniciativa. Y de mucho juego emocional, invisible condicionante táctico de todo un plan que salió a la perfección. Con menos balón, pero casi desde el principio se jugó a lo que quisieron las alemanas. El Olympique atacó. Sí. Y bastante.. Pero lo hizo en peores situaciones que habitualmente. Por mérito de las lobas, que, de tan intensas y compactas, asustaron a su rival desde el comienzo.
[ publicado en ProtagonistasDelJuego.com ]